Cuento chino y más de cuarenta ladrones

El rechazo y la sobrefacturación de los equipos de bioseguridad provenientes de China es solamente uno más de los episodios de cleptomanía que nos vienen sorprendiendo por su inescrupulosa indecencia criminal durante esta época de pandemia y aislamiento sanitario. Hay muchos más de cuarenta ladrones intentando (y me imagino que a veces consiguiendo) robar los fondos destinados a la emergencia sanitaria.

No son solo ladrones, sino también asesinos… Sí, asesinos, porque no es solo dinero lo que está en juego, sino la vida de los ciudadanos y especialmente de los trabajadores sanitarios y de otras profesiones que están en la primera línea de lucha contra el virus y, en consecuencia, tienen el mayor riesgo de contagio. Me pregunto si esos funcionarios y sus proveedores cómplices se hacen tatuajes, presumiendo de su trayectoria delictiva, como los integrantes de algunas otras mafias.

Estos delincuentes son el primer y más importante desafío de la reforma del Estado. Recortar sueldos y eliminar privilegios excesivos o despedir a algunos planilleros no servirá de nada si seguimos teniendo en la administración pública tantas autoridades y funcionarios que ingresaron en ella como quien se incorpora a una organización delictiva, en la que las armas son lapiceras y calculadoras en lugar de pistolas y que además gozan del privilegio de la impunidad.

El mayor sobrecosto del Estado paraguayo con diferencia sideral no son los sobresueldos ni siquiera la absurda cantidad de funcionarios innecesarios o el despilfarro generado por la ineficiencia; todos esos son problemas que hay que solucionar; pero provienen de un mal mayor: la corrupción, que es el principal y más gigantesco sobrecosto. No importa cuánta plata se ahorre, no importa cuánto crezcan las recaudaciones, esas sanguijuelas se apropiarán del dinero y el Estado seguirá siendo famélicamente pobre.

Antes de la pandemia lo hemos visto ocurrir con los fondos de Fonacide, con licitaciones amañadas, con compras de insumos necesarios que no se llegaron a repartir, porque comprar es “negocio con comisiones”, pero repartir no. ¿Se acuerdan de los depósitos llenos de muebles y útiles escolares que nunca llegaron a unas escuelas que estaban y siguen estando poco, mal y a veces nada equipadas?

Antes de la pandemia sabíamos que vivíamos en un país dominado por una cleptocracia. Lo que ahora sabemos, porque la crisis sanitaria lo ha puesto en evidencia, es que se trata de una cleptomanocracia… No son solo ladrones, son desenfrenados y compulsivos angurrientos que bajo ninguna circunstancia pueden dejar de abalanzarse sobre cada guaraní que queda a su alcance, sean cuales fueren las consecuencias y los daños que su latrocinio cause.

Esa gente no siente vergüenza ni pierde el sueño, su inmoralidad es tan enorme que su forma de actuar les parece “normal” y se felicitan a sí mismos todos los días por lo “listos” que son. El bienestar, la salud y la vida de los demás les preocupa tan poco como al motochorro que dispara, sin pensarlo dos veces, para hacerse con una cartera o un celular; pero el motochorro al menos corre el riesgo de ser castigado por su delito, en cambio, las sanguijuelas del dinero público se sienten impunes y ostentan, con orgullo propio y desprecio de los demás, el producto de sus crímenes.

Uno solo de esos criminales puede haber echado por tierra toda una campaña inteligente para frenar el coronavirus, hasta que el sistema sanitario estuviera en mejores condiciones para afrontar un mayor número de contagios. Uno solo de ellos puede haber hecho inútil el aislamiento en que llevamos ya casi dos meses. Uno solo de ellos puede ser responsable de que los trabajadores sanitarios, que ya son pocos, se contagien y no puedan atender, en el mejor de los casos o en el peor de los casos, mueran.

Aunque tengo el mayor de los respetos por el trabajo que han hecho el ministro de salud y sus colaboradores más cercanos; me temo que restar importancia, como hizo el pasado miércoles el doctor Mazzoleni, al rechazo de los equipos de bioseguridad es un cuento chino. Lo entiendo porque ¿qué iba a decirles a los ciudadanos? ¿que su propia gente se encargó de escupir el asado y poner en riesgo todo

Sin embargo, eso es lo que ocurrió y es la mejor (o la peor) demostración de por qué nuestro Estado funciona tan mal para los ciudadanos honestos y tan bien para los delincuentes. Unas instituciones públicas con una abundancia epidémica de insaciables sanguijuelas cleptómanas no puede funcionar bien en épocas normales, ni mucho menos en las emergencias y eso, por desgracia, señor Presidente, señores ministros, señores legisladores no es un cuento chino.

amambay